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viernes, 20 de febrero de 2015

Cómo dar el pecho sin morir en el intento. Toma II

Si la semana pasada os contaba cómo fue la primera toma de contacto con la lactancia materna, hoy os cuento cómo fue tras llegar a casa (o lo que podríamos llamar la llegada del infierno a mis pechos).

La última noche en el hospital, como ya os dije, fue horrible (hablando en términos de lactancia) la niña pedía comer cada hora y mis pobres pezones se negaban en rotundo a seguir alimentando (hablando siempre de forma figurada, el pezón se negaba pero yo les obligué, así pasó, que después se rebelaron ante mí).
A partir de ahora y por lo menos hasta que fuese al pediatra por primera vez (al cabo de una semana más o menos) la lactancia tendría que ser totalmente a demanda, que como su nombre indica, quiere decir cuando la niña quiera, sin importar el dónde, el cómo o el cuándo. La niña llora, pues pecho al canto.

El día que llegamos a casa la niña parecía otra... sólo dormía, apenas se despertaba para comer... ¡parecía drogada! la verdad que al principio no le di mucha importancia pero al llegar la tarde empecé a preocuparme. No importaba el ruido, la gente, si la despertabas o no, los zarandeos (con cuidadito) ella... ni se inmutaba. Hablé con una amiga enfermera y me dijo que no la dejase, que la despertase como fuese, que había veces que los bebés están tan débiles que no tienen fuerza ni para despertarse (Aitana nació con 2,660 kg y salió del hospital con 2,360 kg) su consejo: mójale la cara con agua (en ese momento mi corazón de madre se encogió ¡ay pobre mía, cómo voy a hacerle eso!) pues no me quedó más remedio... la verdad es que surtió poco efecto pero algo se despertó, fue entonces cuando aproveché para darle de comer.
Mientras ha sido muy bebé (porque sigue siendo bebé) lo más cómodo para mí y para ella, a la hora de comer ha sido el cojín de lactancia (ya os daré la recomendación de cuál es) así que ahí estaba yo, sentada en el sofá, con el cojín de lactancia, las pezoneras, la pequeña y la gente (si algo no he hecho, e incluso yo misma me he sorprendido ha sido esconderme a la hora de dar el pecho. No es que vaya con la teta fuera todo el día, pero tampoco me voy escondiendo como si estuviese haciendo algo malo).

Pasada la etapa zombie de la nena, llegó la etapa de asentamiento. Me conocía, la conocía, y ya todo era más fácil, EXCEPTO para los pezones. Cierto que las pezoneras intentaban hacer su trabajo pero no siempre las quería, por lo que me sentía en la obligación de darle el pecho sin protección, y dolía mucho. Empezaron a salir grietas, y con ellas... heridas (mejor no miréis en google qué tipo de heridas pueden salir en el pecho por la lactancia ya que os asustaréis demasiado) yo las definiré como: heridas pequeñas que molestan más de la cuenta y que te hacen ver el firmamento entero en las primeras succiones. El bebé, cuando mama, tiene como dos partes: parte inicial, cuando se produce la primera y dolorosa succión, y parte final, una vez colocado el pezón correctamente en la boca, come sin problema. El dolor solo duraría unos segundos si los bebés no soltasen nunca el pezón, pero es que esto no es así. El bebé come, para, come, para... así hasta que se llena.

Hubo un momento en el que me sentí muy malamadre pero fue un impulso de mi subconsciente por intentar preservar la integridad de mis pezones: una vez, mientras ella comía tuve que quitarla de golpe (cosa que tampoco se debe hacer nunca porque como tenga el pezón bien agarrado... puede irse con él, por suerte Aitana no estaba apretando) porque el dolor era INSOPORTABLE, lo sentía mucho pero no podía darle de comer. Gracias a Dios las heridas no salieron en los dos pechos, sólo en uno, así que hasta que se curase tendría que darle de comer más del pecho sano que del otro.
Crema purelan y pechos al aire el máximo tiempo posible (teniendo en cuenta el volumen de visitas en mi casa durante las primeras semanas, mi tiempo para airearlas era poco) pero llegó un día en el que mis pechos se curaron y volvieron a ser los que eran pudieron seguir alimentando a mi pequeña.

A día de hoy no tengo ningún problema con el pecho, excepto cuando Aitana hace de las suyas y me pega algún que otro mordisco con sus encías de abuelilla, o cuando no quiere abrir la boca lo suficiente y por lo tanto sólo coge el pezón, sin areola ni nada, pero esto son minucias comparado con lo que pasé.

A todas las mujeres que vayan a ser madres, os recomiendo que deis el pecho, por lo menos que lo probéis, porque es una sensación increíble y, aunque al principio duela, merece la pena (vamos a ver, tampoco seáis masocas de la vida y continuéis con la lactancia si para vosotras es el peor momento del día y tenéis los pezones en carne viva... que es bonito pero no la única solución para alimentar a vuestro hijo)

Consejos de madre primeriza:
  • Dejaos enseñar por profesionales. Seguro que en el hospital las enfermeras o matronas os dicen cómo tenéis que colocar al bebé y qué tenéis que hacer para que estéis cómodas.
  • Los primeros días poner al bebé en el pecho el máximo tiempo posible, esto hará que os suba antes la leche. Nada más nacer los bebés toman calostro -otra de las palabrejas que añadir al diccionario- y al cabo de unos días os subirá la leche ¿cómo notarlo? pues porque se os pondrán los pechos como recién operados, yo tenía dos pelotas, muy duras y calientes. No os preocupéis que no estaréis así toda la vida - afortunadamente- sólo será hasta que el pecho se habitúe y aprenda la cantidad de leche que tiene que fabricar (que será la que tu bebé demande a cada momento).
  • Piensa que tu bebé te necesita a ti, no sólo al pecho. Dale cariño y háblale mientras come. Os aseguro que las miradas que os echan son inolvidables.

Mi marido siempre ha dicho que si algo le da envidia de mí, es que yo le puedo dar el pecho a la niña, para él es el mejor momento ¡y cuánta razón tiene!

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